Sevilla tiene que entregarse al nacimiento de Pepe Luis Vázquez Garcés

Curro Pavón

Pasar por las calles que alumbran la antigua Híspalis y dirigirse hacía la Real Maestranza de Caballería es como introducirse por el túnel del tiempo para sumergirse en la propia historia. Mucho y muy bueno ha dado Sevilla al arte que un día naciera en Curro Cúchares. Hay barrios y lugares únicos que ciertos toreros dotaron del prestigio y la categoría necesaria para ser considerados de cultos. Pasear por San Bernardo para cualquier taurino es motivo de recuerdo y devoción absoluta a un Sócrates que dejó grabado el testamento de la sevillanía en el corazón de la afición sevillana. Es mecerse como paso de palio bajo los acordes de la Virgen del Refugio y el Cristo de la Salud. Toros y Semana Santa, mandamiento sagrado que Sevilla siempre llevó a gala.

Bailaba Lupe Sino en la barra de Chicote mientras que Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, más conocido como Manolete, se dedicaba a provocar una revolución taurómaca en plena apología del franquismo. El monstruo cordobés, bajo las premisas de Joselito, Belmonte y Chicuelo, imprimió la verticalidad y quietud absoluta para marcar un antes y un después en la concepción del toreo. De esta fuente beberían todos los antecedentes en detenimiento del maestro Domingo Ortega. Siempre nos quedará la duda de que hubiera pasado si llegan a prevalecer los criterios orteguistas.

En medio del tsunami que arrasaba las plazas, la elegancia en el paso y el sentido de las distancias como el contrapunto perfecto. Los brazos se mecieron al compás de castañuelas, caderas y cintura se movieron con el perfecto ritmo para terminar un precioso baile dotado con los acordes del cielo. Las bolitas cayeron en Sevilla y se posaron en el alma de Pepe Luis Vázquez Garcés para el delirio de la Giralda. Las del Guadalquivir fueron sus aguas y el antiguo matadero municipal, localizado entre la Ronda del Tamarguillo y la Avenida Ramón y Cajal, su clásica escuela.

Pepe Luis aunó en su concepto la solera y prestigio de una ciudad milenaria en decadencia por las consecuencias de la guerra. El donaire perfumado por el azahar, la buganvilla, la jaracanda y la adelfa, el perfumen de las más bonitas de todas las primaveras. La gracia natural salida de la nada o más bien de su propio ser para cumplir la palabra de Belmonte, se torea como se es. Pepe Luís no sabía torear de otra manera que no fuera con la cadencia y mimo en las muñecas para mecerse al son de las embestidas acompañando con todo el cuerpo, ¿figura absoluta?, para gustos los acordes, bajo mi criterio algo más profundo. Manantial de agua pura que más adelante se encargaron de recoger Antonio Ordoñez, Antonio Bienvenida, Pepe Luís Vázquez Silva, Manolo González, Curro Romero, Morante de la Puebla y más recientemente Pablo Aguado entre una larga lista.

Sevilla lo acogió siguiendo su estela con una devoción infinita que perdura con el paso del tiempo. Vázquez Garcés adoró su tierra como nadie estableciendo una especie de comunión donde afloraba el sentimiento de dos enamorados que jamás se llegaron a separar. Nunca existió un vínculo tan grande de amor entre una ciudad y un torero. Hoy mira a su Maestranza frente por frente a través de esa escultura que reconoce todo un legado y la cita con el cartucho de pescao como si de una conversación interminable se tratara.

El pasado 21 de diciembre se cumplieron 100 años del nacimiento y comienzo de todo. El periodista Álvaro Acevedo, acompañado de la familia, ya ha dado el primer paso con una exposición que verá la luz en las semanas cercanas a la feria. También se celebrarán una series de conferencias. No puede quedar aquí. Sevilla, a través de todas sus instituciones y estamentos, tiene que entender que debe poner en valor una de sus señas de identidad para conmemorar una fecha especial. La llegada a la vida de Pepe Luis Vázquez Garcés.

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